domingo, mayo 27, 2012

¿Entonces?


-¿Entonces?-
    Dice el hombre calvo, sentado en un taburete junto al diván rojo de terciopelo dónde me encuentro recostada.
-¿Entonces?- Repito yo, de forma casi autómata.
-Entonces, ¿cada cuánto piensas en la muerte?-
-¡A cada instante!- le contesto orgullosa.
 -¿Piensas en la muerte de muchas personas, de alguien en específico, de grupos raciales, delictivos, sociales? ¿Alguien que te dañó?-
-No, no. Siempre es mi propia muerte.-
-Vaya ¿y cómo piensas en tu muerte?-
     Pienso durante varios minutos mi respuesta, finalmente contesto:
-Como... como método de punición.-
-Pero, sabes, la muerte no puede resolver tus problemas, no puedes redimir tus culpas o pecados con tu propia muerte.-
     No comprendo completamente lo que quiere decir, hasta que caigo en cuenta que él confunde la forma en que pienso de mi muerte con el suicidio. Él empieza a asumir probablemente que tengo un problema de depresión, baja autoestima, o no sé qué cosas raras de psicólogos estará pensando.
-Usted no comprende. No pienso en mi muerte como método de punición contra mis tormentos o pecados. Siempre he creído que escapar de mis demonios de esa manera es cobarde e insulso. Pienso en mi muerte como método de punición para todos los demás.
    El hombre me mira, no puedo decir que anonadado o impactado, pero si francamente sorprendido. Cambió toda su percepción de mí con sólo esa frase. Y es que cómo no, si cuando entré al consultorio hace unos minutos era una pequeña mujer escuálida, con los párpados inflamados, de hombros caídos y nada en los ojos. Nada más al
[o1]  comenzar a sacar lo que llevaba por dentro comenzó a brillar una llama en mis ojos. No la llama cálida que hasta hace tan poco era habitual en mí: una llama gentil y generosa, de esperanza, por decir algo. No, ésta era una llama ardiente del coraje y el valor que la desesperanza trae consigo para algunos cuantos afortunados.
-¿Cómo llegaste a estar tan segura de que tu muerte afectará o castigará de alguna manera a alguien, o a todos?
     De nuevo me tardo en aterrizar mi respuesta en palabras. Tengo los sentimientos, los he ido recolectando de todas las personas a las que he conocido.
-Porque saben que están aludidos. Los afectará por la culpa, por la sensación de vacío, sé que soy una persona que no pasa desapercibida. Los castigará con el pensamiento recurrente -o esporádico, no me importa- de "Y si hubiera..." Ese es el único castigo, el único ejemplar y definitivo castigo.
-Te crees demasiado importante ¿no crees?
-Estoy segura de que lo soy. Pero, debo demostrárselos. Y sólo podré hacerlo con mi ausencia.
-¿Cómo llegaste a esto? ¿Cómo decidiste que todos merecen un castigo por lo que te pasa sólo a ti?
-No digo que todos, no todos me timaron, ni todos me estafaron, ni todos me menospreciaron. Pero sí la mayoría.
-¿Tuviste ayuda antes? Me refiero a ayuda psicológica.
-No, nunca. Estoy aquí por mí misma.
     Hablar con ésta persona es inútil, no me entiende, se cree mejor que yo, y además no es la ayuda que necesito. Sin embargo, es la única que me puedo permitir por el momento. Él no ayuda a dejar ir mis sentimientos, si no que los hace más fuertes y destructivos.
-¿Cómo es que nunca pediste ayuda, o qué nadie notó que la necesitabas?
-Lo dije mil veces, de mil formas distintas. De formas indirectas, y a veces de formas directas. Sabía que necesitaba ayuda de un profesional, pero no sabía cómo pedirla.
-¿Cómo pedías esa ayuda de formas indirectas?
-Con juegos de palabras, con refranes, con pequeñas alusiones. Siempre contaba alguna anécdota triste y rematando con un "Pero es normal, ¿no?" También usé otros métodos indirectos, como no levantarme de mi cama durante dos días seguidos, sin dormir durante un mes o más, sin hablar por más de una semana, sin probar bocado en días, bajando cinco kilos en menos de un mes, no mirando a los ojos a nadie. Incluso en el Arte, cualquiera que sea su significado.
-¿Y no lo notaron?-
-No la primera vez. Pero pasado más o menos un año, lo he repetido, o más bien, me han obligado a repetirlo. Y pareció funcionar, pero todos tienen su propia vida y no puedo ser el centro de sus vidas todo el tiempo, a menos que lo sea como un recuerdo. Pero yo nunca seré un recuerdo.
-¿Y pediste ayuda de forma directa y clara?
-Desde luego que lo hice.
-¿Qué pasó? ¿Cómo fue?
-Una vez le dije a una persona que le necesitaba, que no estaba bien, que mi estado ya no era normal. Que además de necesitarle, necesitaba ayuda terapéutica, que me ayudara, que me apoyara.
-¿Y qué pasó entonces?
-Me prometió ayuda, me prometió compañía, y un montón de tonterías más. Eso me tranquilizó, porque de verdad me empecé a poner muy mal, y tener a alguien que lo supiera, era bastante acogedor. Sin embargo, huyó de mí dos días después. Es obvio, es una carga muy difícil de llevar.
-¿Y por eso le quieres castigar?
-Ah, no. Eso ya fue. Les quiero castigar - porque son varias personas- por todo lo que fue antes y después. El "entre" no tiene nada que ver. El "entre" es lo único que me impide llevar a cabo mi plan.
      Y entonces, es cuando el hombre se queda sin palabras, me suelta esa pregunta que llevo esperando desde el día que pagué la consulta.
-¿Y eso cómo te hace sentir?
-¿Sentir? Pues bien, tuve el sentimiento más horrible del mundo. Peor que el odio, el rencor o el olvido, o todos juntos. Empezó como una tristeza, de esa que te impele a cometer actos tontos, pero que al fin y al cabo, te hace moverte, te hace intentar cambiar las cosas. Pero se fue haciendo más profunda y más introspectiva cada vez, hasta llegar a la completa desesperanza, el conocimiento de que algo está mal y la seguridad de no poder cambiarlo. Es una desesperanza que llega del alma y paraliza los huesos, al grado de no poder moverse, no poder seguir llorando, tampoco se puede respirar bien. Pero después, llegó la calma, por los síntomas creo que era lo que llaman paz, pero no es la paz que todos piensan, es una paz extraña, es el poder pensar claramente de nuevo, el saber que todo está perdido. Es una paz, y una tranquilidad, que en mis días más felices jamás alcancé. Es el estar tan mal, que sabes que no se puede empeorar. Es como... arrancarse la conciencia. Como arrancarse todos los sentimientos que se tenían para poder deshacerse de uno sólo que lo contagió todo. Pensar que todo está tan mal, creer que a partir de hoy sólo se puede estar mejor, pero saber que es mentira. Es como tener de nuevo un agujero negro en el corazón.
       Salgo del consultorio. Dejo mi ira, mi rencor y todo lo demás y me llevo a cambio una bonita papeleta.
-Vuelve en una semana.- dice el doctor.
-Espero que no.

domingo, mayo 06, 2012

Algunas escenas deberían quedarse sólo en las películas.

Advertencia: El 90% de ésta publicación es real. El otro 10% sólo es para hacerlo más intenso.

Un autobús recorre una autopista en medio del bosque, sólo hay árboles hacia ambos lados. El guapo y joven chofer del autobús escucha música no muy común para su gremio. En el asiento justo detrás del chofer una chica de ojos grandes se recarga en la ventana, el viento mueve su cabello castaño de forma graciosa. De pronto, se escucha una canción familiar para la chica, quizá también para el chofer, ya que decide repetirla incontables veces, incluso la canta con una voz muy chistosa y homosexual, hasta que por el retrovisor ve que la chica está llorando, cambia a la canción que sigue, la canta también con tono maricón, y prentede que nada sucede. Un niño se acerca a la chica y le regala una paleta de pollito, lo cual ella agradece infinitamente.

Si alguien de mis tres lectores se pregunta ¿cuál es esa canción? Aquí la tienen: